Durante cuatro largos años, Rusty había estado en vigilia, día tras día, con los ojos fijos en la carretera, esperando el regreso de la familia que una vez había sido su mundo entero. El sol salía y se ponía, las estaciones cambiaban, pero Rusty permanecía en el mismo lugar: junto a la vieja casa, en el porche, con sus fieles ojos escudriñando el horizonte. Nunca se rindió, nunca vaciló, a pesar de los años que pasaron en silencio.
Entonces, una tarde fatídica, el sonido familiar del motor de un automóvil retumbó en la carretera. Las orejas de Rusty se pusieron de pie. Su cola se movió tentativamente. ¿Podría ser? ¿Eran ellos? Su corazón se aceleró cuando el automóvil disminuyó la velocidad y se detuvo frente a la vieja casa.
Una figura salió del automóvil. Los ojos de Rusty se iluminaron cuando reconoció la forma de una persona: una persona del pasado, alguien a quien conocía, alguien a quien recordaba. Avanzó cojeando con una renovada sensación de esperanza, la emoción en sus pasos, sus patas pesadas por el peso de la espera durante tanto tiempo.
Pero a medida que la persona se acercaba, el entusiasmo de Rusty comenzó a desvanecerse. La figura no le sonrió, no se inclinó para saludarlo con el afecto que tanto había anhelado. En cambio, la persona se quedó quieta, mirándolo con una expresión fría e ilegible.
Rusty se detuvo en seco, la confusión y la decepción nublaron sus ojos. La persona abrió lentamente la puerta trasera del auto y, para consternación de Rusty, sacaron una maleta. Sin siquiera una palmadita o una palabra, se dieron la vuelta y comenzaron a caminar hacia la casa.
Por un momento, Rusty se quedó congelado, incapaz de comprender la situación. Su cola se inclinó y sus ojos siguieron a la figura, ahora una extraña, mientras se dirigían hacia la casa. Su corazón se hundió. ¿Así fue realmente como terminó?
Cuando la puerta se cerró detrás de la figura, Rusty se sentó en el porche, con el peso de los años y la falsa esperanza cayendo sobre él. Su interminable espera lo había llevado a esto. La familia que había amado, las personas que alguna vez habían sido toda su vida, hacía mucho que habían seguido adelante. Y ahora, todo lo que le quedaba era el dolor hueco de la espera.
Rusty permaneció allí, con los ojos fijos en la puerta, con el espíritu derrotado, mientras el auto que los había traído hasta allí se alejaba lentamente.