Una tarde tranquila en la iglesia de San Andrés, el padre Michael estaba cerrando cuando un hombre desesperado irrumpió, blandiendo una pistola y exigiendo dinero. Mientras el sacerdote trataba de calmarlo, un perro callejero, una criatura descuidada y llena de cicatrices que el padre Michael había visto en la iglesia, salió de las sombras y se interpuso entre el sacerdote y el intruso.
El feroz gruñido del perro y su postura firme desconcertaron al hombre, que huyó rápidamente. Conmocionado pero agradecido, el padre Michael se arrodilló junto al perro, al darse cuenta de que lo habían salvado. Lo llamó Gabriel y adoptó al valiente perro callejero, que se convirtió en un fiel guardián y un símbolo de fe y coraje para la iglesia.