Un golden retriever llamado Max fue encontrado atado a un árbol y abandonado a su suerte en Willowbrook después de que su dueña, Verónica, lo abandonara. Los residentes locales y los amantes de los animales se movilizaron para apoyar a Max, crear conciencia sobre su difícil situación y abogar por su bienestar.
Verónica, la sobrina separada del dueño anterior de Max, reclamó la propiedad legal del perro, lo que llevó a un proceso judicial por su custodia. Durante los procedimientos judiciales, Max escapó de la casa de los Anderson e hizo una aparición sorpresa en la sala del tribunal, mostrando su vínculo con la familia.
El juez dictaminó que Max permanecería con la familia Anderson, citando evidencia de su maltrato y el fuerte vínculo que compartía con ellos. Después de la batalla legal, Verónica expresó remordimiento por sus acciones y comenzó a trabajar como voluntaria en un refugio de animales local, abogando por el bienestar animal.
La historia de Max se ha convertido en una leyenda local, inspirando esfuerzos comunitarios en el rescate de animales y la tenencia responsable de mascotas, al tiempo que condujo al establecimiento de un santuario de animales en la antigua granja de Johnson.